La vecina fleta

Es difícil escribir cuando se piensa que se está bloqueada. Cuando ya no puedes inventar historias porque estás viviendo la propia. Ya,  no hay evasión.

Ahora escuchas a las amigas hablar de sus princesas rosadas y las miras riéndote. Sínica y escéptica. Uno no se enamora de princesas rosadas, esas sólo son quimeras. Piensas. Mientras, te sumerges en los ojos profundamente azules que te cuidan hace más de un año. Te das cuenta que vives la realidad. Las princesas rosadas no se tiran peos, ni te pegan codazos, no roncan, si se ríen fuerte. Si son perfectas. Sí. Aburridísimamente perfectas. 

Vuelvo a mirar a mis ojos azules, esta vez con amor, ese que va más allá de los cuentos de hadas. Ese que lucha día a día contra la homofobia, la intolerancia, la incomprensión. Ese que se aferra de migajas de comprensión ciudadana, si migajas. Las voy juntando, mientras miro a mis amigas, evadiendo el mundo con sus princesas rosadas sin tacos, ni vestidos de fiesta.

Porque de amor no vive el hombre, pero si muere la fleta. Cada uno lo vive a su manera, la mía es ahora más real, y cobro su propia víctima. Ya no escribir utopías estúpidas.