La vecina fleta

Julita: “Vámonos a tomar al hostal”.
Ximena y Lucy: “Ok. Pero, qué tomaremos”.
Julita: “Hay Ron. Compremos bebida”.
Ximena y Lucy: “Nosotras queremos cerveza”.
Julita: “Compremos cerveza entonces”.

Partimos a comprar cerveza.

Cuando llegué a la botillería aproveché de comprar una bebida para más tarde, por si alguna se antojaba de Ron o simplemente tenía sed. En paralelo, las niñas compraban lo suyo, a Ximena le tincó también comprar hielo.

A una cuadra de la botillería Lucy toda confundida comenzó a preguntar:

“¿Niñas, al final qué vamos a tomar?”
Julita: “Ustedes cerveza, eso es lo que quieren ¿no?”
Lucy: “Pero si compramos hielo”.
Julita: Hay de todo, relax. Por qué te complicas. Tenemos Ron, bebida, hielo y cerveza, da igual”.

Entre mis espontáneos “relax” y “da igual” algo se activó en la siempre pacifica Lucy, quien no tardó en lanzarme su dura respuesta teñida molestia/reclamo:

-“Julita, tu también eres mujer. También eres complicada ¿sabes? déjame”.

Sentí determinismo de género y seguí caminando junto a la Niña Chévere, Ximena y Lucy.

-“Yo soy mujer y no tengo por qué ser complicada”, pensaba todo el rato.
-¿Crees que soy complicada?
-No, para nada. Me contestaba la Niña Chévere.

Al día siguiente, Ximena y Lucy se habían marchado de regreso a Santiago. La Niña Chévere y yo seguíamos de veraneo. Fuimos a comer y entonces:

Niña Chévere: “Yo nos invito”.
Julita: “No. Yo pago, tu eres estudiante”.
Niña Chévere: ¿Qué tiene que ver eso? ¡Nada que ver!
Julita: Pero si eres estudiante.
Niña Chévere: “Soy tu novia, te invito si me da la gana… ya pagué”.
Julita: ¿Te enojaste?
Niña Chévere: “No” (con cara de sí).

Julita: ¡Puta que nos complicamos por weás!