La vecina fleta

CAPÍTULO UNO
ERASE UNA NO VEZ

“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”

(Friedrich Nietzsche)

PRELUDIO:

Llegó tarde en la noche, con unas copas de más, como era usual pasó al baño. Al verse al espejo, su cara se transformó. No se reconocía, no se veía, ni siquiera un atisbo de su alma en sus pupilas.
Tal vez, ya no era ella misma.
Con una rabia inusitada, empuño sus manos y se lanzo contra el espejo.
Culpándolo, neciamente.
Sus manos comenzaron a sangrar, las palmas tenían restos de vidrio, pero no sentía nada.
Ya no sentía nada.
Al volver a mirarse en el espejo quebrado, vio una lá­grima caer. En aquel gesto, yacía su última esperanza.

Una brisa movió lentamente su pelo, haciendo mucho más elegantes sus movimientos. Pese a que la gente la miraba con una curiosidad inusual, ella seguía ensi­mismada en sus pensamientos. Parecía graciosamente desconectada con la realidad. El carro con su equipaje, lo único que hacía era atacar los tobillos ajenos.

Su mente pensaba: “Cuando llegaría el día, en que las cosas fueran más fáciles, cuando estaría de acuerdo su mente con sus sentimientos”.

A unos metros de allí, Camila sacaba su equipaje rápi­damente, pues tenía una reunión en apenas un par de horas y temía que el trafico capitalino, la atrasara aún más. Sin pensarlo dos veces, sacó su bolso y lo puso en un carro marchando a toda prisa.

Ya en un costado, Marcia seguía en otro mundo, pensa­do ahora en cuando entregar el reportaje sobre la ola de temblores en el sur de Chile, sin caer en el alarmismo y los clichés.

“Creo que llegando a la casa, me tomaré un té verde” pensó, caminando pasirmónicamente, sin mirar hacia delante, sin ver una mujer acercándose a velocidad de rayo, hacia ella.

Cuando de un sopetón, los carros de equipaje chocaron, rompiéndose la maleta de Camila.

Los ojos pardos de Marcia enverdecieron, “Mierda” atino a decir primeramente.

Las pupilas de Camila se oscurecieron de la rabia, su pálido rostro enrojeció rápidamente, haciendo que Mar­cia retrocediera unos pasos. Movió la cabeza, apretando los puños vocifero: “Era lo único que me faltaba, la estupidez”

Recogió sus cosas con vehemencia, sin dejar que Mar­cia la ayudara.

“Lo siento,” atinó a decir cuando Camila le quitó una bolsa de las manos.

Marcia, vio como la castaña se alejaba raudamente, debo dejar de estar en la luna pensó. Acomodó las ma­letas y camino hasta la salida para tomar un transfer, el cual le llevaría a su casa.